Antes que nada, amada reina, pídoos licencia para una incursión
personal que acaso explique, al menos íntimamente, mi acceso a esta tribuna
que vos presidís y la encomienda que debo cumplir.
No puedo aducir ningunos méritos personales para el hecho de dirigirme a todos
ustedes, alejanos de nacimiento o de adopción, para ser el pregonero de las
Fiestas en honor de vuestra patrona Nuestra Senora de la Casita, en el quinto
centenario de su aparición.
A este honor, que me satisface y llena de orgullo, se debe a la amable invitación
de vuestro alcalde, quien me acompanó ya hace muchos anos en mis primeras
correrías por estas tierras. Yo estoy hoy aquí porque quiero y debo decir
bien alto como el himno de vuestra ciudad "Alaejos tierra hermosa, nunca
me debo cansar de amarte, noble pueblo de Castilla, donde naciera mi padre".
Yo sé que él, que nació hace 110 anos a pocos metros de esta plaza, estaría
orgulloso de escucharme proclamar públicamente ese compromiso de amor a este
pueblo, lo mismo que sé estarían Pedro Monje, que me invitaba a su casa a
pasar las fiestas hace ya muchos anos, o Valentín Martín que ayudó a mi padre
a construir para mí una pequeña casa en la calle Zabacos para que no me olvidase
de esta tierra y por qué no mis veintiséis tíos nacidos en Alaejos y sobre
todo el único superviviente de 90 años, que vive en San Sebastián, a quien
le hubiese gustado hoy estar aquí y para quien me tomo la licencia de pediros,
señor alcalde, le sea remitida la misma placa que se entregarán mañana a los
vecinos mayores de 88 y 89 anos que viven en Alaejos.
Bien sabido es que una de las primeras formas del oficio de la propaganda,
sobre todo cuando ésta era comunicación verbal, fue la del pregonero. Pregonar
era anunciar algo a gritos. No faltó incluso, en la antigua Grecia, quien
fuese partidario de que el perímetro municipal quedase delimitado por el alcance
máximo de la voz humana. Pregonar es, desde entonces, la necesidad de divulgar
o transmitir algo públicamente, encarecer virtudes o valores que convienen
a unos y otros.
No voy a caer en el tópico academicista y convencional de presumir de pregonero.
Creo que junto a cantar las grandezas de vuestra singular ciudad, de alabar
en público una fiesta, de una fiesta que tiene reina, de una reina a la que
hay que cantar reverenciándola, creo que uno se puede lamentar el que esa
historia gloriosa y algo desconocida no sea actualmente una realidad y que
la sombra del pasado sólo sirva para añorar su recuerdo.
Antes de nada, y no precisamente por descortesía, quiero deciros y digo que
no es a esta atenta concurrencia a quienes me quisiera dirigir. Desearía hacerlo
directamente a la juventud, esa juventud que en sus primeros días de vida
fueron colocados sobre las andas de Nuestra Senora de la Casita y a quien
aquí y ahora emplazo y responsabilizo como continuadores de la trayectoria
de lealtades históricas y humanas de alejanos como: Francisco de Fonseca,
fundador del convento de San Francisco, destruido por los franceses durante
la guerra de la Independencia; el valeroso militar Cristóbal Salamanqués;
Manuel Arias, presidente de Castilla y gobernador del reino, arzobispo de
Sevilla y cardenal de la Santa Iglesia Romana; o de la familia de los Fonseca,
una de las que tomaron parte más activa en las turbias incidencias políticas
de la época de Enrique el Impotente; y de tantos otros que llevaron el nombre
de Alaejos por lejanas tierras.
Para mí, personalmente, Castilla es como la otra orilla del mar. Para un nacido
en San Sebastián el mar es algo fundamental o, al menos, una gran parte de
mi vida, aunque por razones profesionales tenga que vivir lejos.
Castilla, por la llanura de su paisaje, adusto y severo, es como un mar, como
un inmenso desierto. Incluso, con un poco de imaginación –porque la imaginación
es muy necesaria en la vida nuestra de cada día–, con un poco de imaginación,
repito, las dos torres de Santa María y San Pedro me recuerdan los mástiles
de dos barcos en plena singladura a mar abierto.
El color azul del mar es el predominante no sólo en el escudo de la villa,
sino también es el color de la Virgen de la Casita y de la indumentaria usada
por los cofrades que bailarán el próximo sábado incansablemente ante Nuestra
Senora, al son de la dulzaina o charambita como algunos así la llaman.
Esta figura no la consideréis mía, aunque sí la hago como propia por dos razones:
primero, porque me gusta, pero, sobre todo, porque es de otro vasco muy querido
y admirado, Miguel de Unamuno, cuando dijo que la horizontalidad de Castilla
sólo la rompe la verticalidad del árbol; yo anadiría, la horizontalidad de
Castilla también la rompe la verticalidad de las impresionantes torres de
sus iglesias.
Pero, en el terreno de las confidencias, tengo que deciros que soy muy claro
y que me gusta decir lo que siento y como lo siento. Y os digo que esa imaginación
me ha llevado también a pensar en lo triste que ha sido y es para Alaejos
ver marchar a tantos y tantos vecinos a residir a otras tierras. Os voy a
contar una anécdota que posiblemente no conozcáis y que da idea del deseo
que existía por irse a otras tierras. Uno de mis tíos, Agapito, tras ganar
700 pesetas al juego marchó inmediatamente a la Argentina.
El pasado de Alaejos, vuestro pasado y por qué no el mío, ha sido singularmente
glorioso, lleno de esplendor. Pero han quedado muy atrás aquellos tiempos
llenos de entusiasmo en que se construía, con fe e ilusión, murallas, castillos,
conventos... Todo el conjunto histórico y monumental tan celosamente atesorado
comenzó a perderse por las guerras o entre la desidia y el abandono de otros
tiempos que no se concedían –quizás porque se tenían– todo el valor que ostentaba.
Si hacemos un poco de historia, Alaejos fue durante muchísimos años zona de
guerra y revueltas. Desde su conexión con el rey godo Alarico -Alarejos, en
deformación vulgar- y sobre todo desde que fue conquistada por Alfonso I a
los árabes.
Alaejos, fiel a su tradición, se presta a celebrar las Fiestas de Nuestra
Senora de la Casita. Ello me ha brindado la oportunidad de recorrer de nuevo
vuestras calles, que ya había correteado en mis primeros años de mozo. Alaejos
tiene todo el profundo sabor recio y austero de las ciudades castellanas.
Qué os voy a decir yo de vuestras calles, de vuestras iglesias parroquiales,
Santa María y San Pedro. El verlas vale más que cien palabras. Sólo en función
de pregonero os puedo recordar que otros monumentos hubo: un castillo, rodeado
por foso ancho y profundo, era de piedra, de forma cuadrada y a los lados
cuatro baluartes. El castillo perdió su eficacia y sus señores buscaron acomodo
en la Corte para prestar sus servicios o, sencillamente, para medrar.
Un poeta vallisoletano, Quintanilla Buey, se lamenta: "Que no se nos
derrumbe este castillo, por Dios: que no se caiga. Sujetemos sus piedras entre
todos."
Es necesario que las piedras a que alude el poeta no se desmoronen. Entre
todos -y de un modo especial la juventud, os lo vuelvo a recordar-, los alejanos,
de nacimiento o adopción, han de sujetar, sin falsas hipótesis, la tradición
gloriosa y nobilísima, con la savia y el brío de las nuevas generaciones para
que nuestros antepasados, desde el fondo de sus sepulcros, se sientan orgullosos
de sus paisanos; aunando trabajo y esfuerzos, vuelvan y devuelvan la grandeza
de su pasado; a que estén agrupados artistas y soldados, mercaderes y labradores,
intelectuales y técnicos, migrante y emigrantes, para que todos a una, como
en la famosa comedia de Lope de Vega, hagáis posible, otra vez, que esta ciudad
sea envidia de ajenos y orgullo de propios.
Dónde radicaba la fuerza de antes? Dónde está el secreto de esa fuerza? No
voy a descubrir nada que desconozcáis. Lo de antes y lo de ahora estriba,
sólo y exclusivamente, en el trabajo, en la voluntad de trabajar.
Es el momento de recordar que la gloria y la grandeza de Alaejos no la podéis
esperar de nadie ni de nada, porque eso es cosa vuestra, de todos, empezando
por el Alcalde, seguidos por el Ayuntamiento, por los que vivís aquí y por
los migrantes y emigrantes que aquí pueden y deben rehacer su vida y vivir
como corresponde a su estirpe y linaje.
Pero estamos en fiestas. Las fiestas son una ruptura con lo habitual, una
manera de escapar provisionalmente de las convenciones que rigen nuestra vida
cotidiana y la inmensa mayoría de los alejanos y visitantes entienden esa
ruptura como medio de conseguir grados más altos de felicidad y distensión.
Quedan por delante ocho días de fiestas. El importante y ya asentado IV Certamen
Literario Villa de Alaejos inició el programa de fiestas, seguirán competiciones
deportivas, buena mesa, encierros, capeas, corrida de toros, homenaje a nuestros
mayores, a los niños y a los ausentes, jotas, recuerdo de los juegos autóctonos,
todo ello alrededor de un colectivo abierto a los demás, cuyo único objetivo
es agruparse y revivir, día a día, la imagen de la tierra que les vio nacer.
Si me preguntáis por cuál de los festejos programados por el Ilustre Concejo
Municipal me inclino? Lo haría por dos: la romería ante la ermita de Nuestra
Senora de la Casita y los encierros con sus capeas en la plaza mayor.
Una de las grandes preocupaciones del hombre, a través de los siglos ha sido
conocer su historia, los hitos históricos de su pasado, el cómo, porqué y
en qué circunstancias se fueron asentando los pilares que han contribuido
a situarnos en el presente. El pilar más importante de la historia alejana
es la aparición de la Virgen hace ya más de quinientos años a la virtuosa
mujer Catalina de la Cruz. Es un pilar tan importante que al año se recuerda
en dos ocasiones. El día 10 de mayo, fecha de la aparición en 1490, en un
momento en que la miseria y la pobreza acosaba al pueblo alejano, y el 8 de
septiembre, fecha que muchos labradores aprovechan para agradecer la ayuda
de la Virgen por la cosecha recogida.
Qué emoción se siente cuando la Santa Imagen de la Virgen, muy pequeña, pues
no llega a tener tres cuartas de alto, aunque en la misma corta longitud y
tamano manifiesta grandeza, perfección y majestad de gran Senora, sale de
la ermita sobre las andas. Es muy hermosa y de muy perfectas facciones y el
color de su sagrado rostro es blanco. Sus milagros son muchos y los alejanos
y forasteros aprovechan ese momento no sólo para trasladarla sus peticiones
de ayuda, sino para situar sobre las andas a sus pequenos hijos en demanda
de protección.
Para mí es un momento de gratísimo recuerdo. Mi padre, pocos meses antes de
morir, estuvo en la romería bailando la jota ante la virgen, pese a sus muchos
anos. Parecía que los anos no habían pasado por él, su rostro reflejaba una
gran paz e inmensa satisfacción.
Qué os puedo contar yo que vosotros no sepáis de ese inolvidable día. La mayoría
no os perdéis el acudir año tras año a acompañar a la Virgen.
Hace ya muchos anos, muchos más de cien y con muy pocas interrupciones, pues
pobre Alcalde el que se atrevía a no situar la Mariseca en el balcón del Ayuntamiento
el 15 de agosto, se celebra en las fiestas patronales las corridas taurinas,
que suelen ser de novillos, aunque tan sólo en el nombre, pues con lamentable
frecuencia es de toros viejos ante los que rehusarían ponerse toreros de fama.
Son los torerillos, tantas veces pintados por Zuloaga, que en estas fiestas
serán Jesús Ojeda y Conrado Muñoz, los que se encarguen de la lidia, con riesgos
acaecidos algunas veces por la violencia desconsiderada del público en contacto
inmediato con los diestros, y a veces invadiendo el ruedo. Serán corridas
las a celebrar este año que se lidia y mata el toro, con la dificultad de
no picárseles. Pero con todo su riesgo trágicamente comprobado algunas veces,
son espectáculo liviano junto a la capea, que suele acompanarlas, o epilogarlas,
en las que toman parte toda suerte de voluntarios sin noción del toreo. Esta
participación directa del pueblo en la capea tiene una extensión extraordinaria
y pese a prohibiciones reiteradas de la autoridad civil en algunos lugares,
sigue vigente sin más limitación que las cómicamente prescrita desde los tiempos
de los embolados para el público, a saber, que se prohibía participar a los
ancianos o lisiados. Y aun así, muchas veces no se lograba contener el entusiasmo
taurino de estos impedidos.
Tengo muy buen recuerdo de esas capeas. Fue la primera vez que me sentí hidalgo
caballero al salir a la plaza llevando al cuello el pañuelo de una dama ante
la que quería demostrar mi valor ante las fieras.
No quiero terminar este viaje de la palabra hablada, en companía de todos
vosotros, sin piropear a nuestra Reina y sus damas. Reina quinceañera de la
vida... Reina soberana del tiempo... Reina venturosa de la memoria. Reina
que representas desde la virtuosa Catalina de la Cruz a esas otras muchísimas
alejanas que salieron por necesidad de su lugar de nacimiento y han fundado
sus hogares en otros lugares del mundo. En todos ellos han demostrado las
virtudes que un día reconoció Nuestra Senora a Catalina de la Cruz con su
aparición. Reina y damas de honor, vuestro es el dominio de Alaejos en estos
días.
Quedan por delante unos días de fiesta en los que todos los alejanos, estoy
seguro, viviréis casi permanentemente en la calle, aguantando como podáis
el ritmo y el jolgorio que caracterizan vuestras populares fiestas de la Virgen
de la Casita.
Quiera Dios y ayude Nuestra Senora a que Alaejos, su tierra y sus hombres,
encuentren motivos para la esperanza, solidaridad para la convivencia, unidad
en el esfuerzo y el respeto de los demás pueblos. Que las raíces del pasado
os ayuden a conquistar el futuro.
Hay que seguir. Antes de despedirme de vosotros, quiero insistir, por supuesto
en el gran carino que siento por Alaejos -os lo digo con la misma sinceridad
vuestra-, avivado ciertamente, porque ha sido la cuna de mis mayores. Señor
Alcalde, mi querido y viejo amigo, como representante de vuestra gentil ciudad,
pido y ruego me perdones si, dejándome llevar de la mejor voluntad, he incurrido
en muchas faltas y me he mostrado pesado.
Nada más. Felices Fiestas. Viva Nuestra Señora de la Casita. Viva Alaejos.
Celso Vázquez Gallego
Alaejos, 2 de septiembre de 1990
Pregón que presente el día 2 de Septiembre de 1990 en la Plaza de Santa María con motivo de las fiestas.